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jueves, 23 de diciembre de 2010

Cuarto jueves

Ya falta muy poco!!!


Los beneficios del abrazo

Ramón Sánchez Ocaña. Revista “Humanizar” nº 74 (mayo-junio 2004) pag. 48


Mientras que en España la vieja costumbre del abrazo está decayendo, los americanos vienen a decirnos ahora que ese abrazo caluroso y amigable tiene múltiples y beneficiosas funciones. Por ejem­plo, puede reducir el estrés y sobre todo ayuda a combatir los sentimientos de soledad o aislamiento. Abrazar o ser abrazado simboliza algo más que un gesto. El que abraza de verdad comparte la alegría de un encuentro. El que se ve abrazado se siente acogido, compartido, con mayor relación humana. Quizá por eso los políticos en campaña no sólo dan la mano, sino que abrazan. Porque ese abrazo redu­ce la tensión y disipa los sentimientos de aislamien­to y soledad.
Es bueno abrazarse. Hay un lenguaje del gesto en el que el tacto ocupa un lugar privilegiado. Tocar y sentirse tocado forma parte de la relación humana.

Por otra parte -no hay más que fijarse- nuestro clá­sico abrazo ha ido cambiando. Nosotros nos abra­zábamos y dábamos una palmada en la espalda. Ahora no; ahora se abraza y la mano de la espalda se frota contra ella, haciendo un breve recorrido, como buscando un mayor espacio para sentir.

La caricia, por otra parte, predispone a la ternura. Y está demostrado que reduce la violencia. Un grupo de psicólogos norteamericanos ha estudiado los comportamientos violentos de un buen número de escolares. Tras comparar los que manifestaban acti­tudes violentas con los que no, un dato sobresalía entre todos los demás: los que habían recibido de sus padres mayor ternura eran los menos violentos, mientras que los que habían recibido un trato desi­gual o lejano, acumulaban mayor dosis de violencia en su trato. Hasta tal punto están convencidos los psicólogos de esta relación, que quieren poner en marcha una campaña diciendo a los padres: ¿Ha abrazado usted hoy a su hijo? Y hay muchos estu­dios que avalan las ventajas del contacto físico. En la Universidad de Montreal, en Canadá, se comparó el desarrollo cerebral de dos grupos de ratas. Uno había recibido muchas caricias durante la primera etapa de su vida; el otro no había tenido un cariño especial por parte de sus progenitores. Los resulta­dos fueron concluyentes: las que habían recibido más ternura eran notablemente más inteligentes que las que no la habían recibido. Las crías que habían sido mimadas aprendían mucho más deprisa y, lo que es más importante, tenían mucha más memoria. El tacto es uno de los sentidos que hemos olvidado, ignorando quizá que de él se extrae una comunica­ción distinta, más cálida y más humana. Cuando una madre da el pecho a su hijo, no sólo le da ali­mento físico. Le da mucho más porque en el gesto le da cariño, le da contacto, le da ternura.

Si rodeamos a un compañero con el brazo y apoya­mos ese brazo en su espalda, le estamos llamando amigo sin palabras. A las madres de prematuros les recomiendan que vayan a la incubadora donde el niño recupera el tiempo perdido, sólo a acariciarlo.

¿Hay palabras que puedan expresar el sentimiento que fluye entre el enfermo y el médico que coge su mano, sentado junto a él? La caricia y el tacto nos recuerdan el aspecto más humano de nosotros mismos, en medio de esta civilización que, como si buscara la asepsia en la distancia, siempre lleva guantes de algún nuevo material. Recuerdo a un ilustre médico que recibía en la con­sulta siempre con sus guantes de látex. El creía que te daba la mano muy cordial. Pero quien la recibía tenía la extraña sensación de estar saludando a un plástico.


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